1.8.09

VICTORIA


Lanza hacia viento, Victoria de Samotracia, desde la proa marinera del Mediterráneo, las alas de una poesía que, suave, sin ruido escapa hacia altos y silenciosos vuelos.
María Victoria Atencia busca las cálidas corrientes de aire que con naturalidad le hacen planear sobre lo humano, haciéndolo leve y etéreo, cotidiano y breve como la noche y el día.
Un reticulado de nubes filtra la luz para que no deslumbre los ojos claros y somnolientos con que se asombra en la vida, porque su silueta es penumbra que se desvanece y matiza la luz, el sol de mediodía. Málaga sin sombras la engarza y la posee, joyaave, cercando todas sus huidas tierramar dentro.
Dama de alba azul, la noche la resguarda en sus alas, palabra, pluma, que cimbrean los sonidos dulces de la boca, abierta, sedienta al agua del poema.
Cántaro de barro en los brazos para derramar y llenar de poemasflores la pradera, lecho fresco, sin jergón, de hierba y acompañar * «la siempre transitoria confusión de otra piel / que nos reviste el alma y la desuella luego».
Canto triste del guerrero que no ha sucumbido, sino en la propia hoguera «De la llama en que arde» en su interior, y recorre un interminable éxodo por el eje de sí mismo y las cosas que vive y le rodean.
La silueta del aire se perfila en sus recuerdos, en sus caminos. Se voltea la alegría y las piruetas de la risa hacen bucles en el cielo revoloteando de nuevo traviesas hacia la tierra. Palabras siempre que, al caer en picado la tarde, se deslizan por la sierra y se diluyen blandas en la playa, mojándose en la arena.
En algún remolino el viento se despega. Levanta trozos que encierran redondos lugares, quimeras, sueños que arañan y llenan los ojos de restos desprendidos de la tormenta.
Palabras, sílabas que cabalgan y escapan de sus manos, planeando rebeliones fuera del espacio de la hoja, que navega por la historia, agua del tiempo en que existe. Quieren fugarse de los signos que las doblegan y desean fluir sin límite en las alas que las llevan a la ternura.
La divina desproporción de lo que se ama nos lleva a contemplar el mundo interior, de una gota exterior, que se teje en cada poema, en cada verso.
Llegando a crear la autora una sutilísima y bella tela de araña que atrapa al lector. De manera inexperta y lenta se siente uno inmerso en una delicada y frágil estructura de palabras que retiene al que la disfruta en una mágica telaraña de luz prendida en las esquinas del aire.

ÁNGELA IBÁÑEZ

* «La piel», De la llama en que arde, María Victoria Atencia, 1988.

María Victoria Atencia. Poesía en el Campus

Universidad de Zaragoza. 1992

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